viernes, 8 de mayo de 2015

rata de laboratorio (un cuento de Andrea Saldaña)



Entenderme es fácil, doctora. No necesito terapia.
Piense en mí como una persona fácil de descifrar. Piense que soy similar a las ratas de laboratorio.
Si lo piensa, todos somos similares a las ratas de laboratorio.
La rata de laboratorio, como nosotros, tiene sus necesidades. 
Come, duerme, desecha lo que no necesita. Sus funciones, impulsos y necesidades físicas no difieren mucho de las de un ser humano, sólo que ella es monitoreada 24/7 en una especie de enfermo Big Brother.
La inyectan, medican y observan un montón de tipos que usan bata blanca, que anotan sus reacciones en bitácoras y las registran en bases de datos.
Pero no importa si es la estrella de un reality show infame, la rata de laboratorio tiene necesidades que cumplir. Tiene que comer, por ejemplo, aunque su comida esté conectada a una fuente eléctrica que le da descargas cada que intenta saciar su hambre.
Días después, la comida es más rica y está desconectada de la fuente. Los tipos de bata blanca anotan.
Le dicen "investigación".
La rata de laboratorio está confundida.
Necesita comer, pero su cuerpo no resiste el dolor.  Llega a desarrollar un miedo tal a la comida, que aun cuando no está electrificada, cada bocado le recuerda el gran dolor que ya ha sentido. 
Y los tipos de la bata anotan en sus libretas:
"La rata ha desarrollado un miedo al alimento basada en sus experiencias anteriores. Ahora procede siempre con cautela, no importa si no hay peligro verdadero. La rata esta asustada de comer."
Y eso es todo.
Por mi parte, doctora, soy de esas mujeres asustadas del amor.