miércoles, 15 de febrero de 2017



soy bioluminiscente.
hago las cosas brillar con las luces apagadas
hago luces de colores dentro de mi habitación
tengo luces de colores dentro de mi cuerpo
pinto luces de colores sobre tu piel de nieve
sé que no vas a quedarte hasta el final
sé que vienes solo a ver las luces
que mis manos y mi cuerpo
y mis manos en tu cuerpo
son poco más que una atracción turística




domingo, 12 de febrero de 2017

Trolebús



El que es pobre, sufre incluso a causa del transporte público: El mismo transporte, los mismos lugares. Los mismos puntos de ida y vuelta.
Se sufre por ejemplo, por un autobús, una calle, una parada, una estación del metro. Porque todas esas cosas son -fueron- medios, escenarios. Porque ese lento y viejísimo trolebús es el medio más directo entre mi casa y la casa de ella, porque quedábamos de vernos justo en esa estación del metro, porque tomábamos ese autobús para ir a tal sitio, porque en ese parabús, en esa calle, en ese inter de esperar el trolebús, el autobús, la combi; nos pasaba el mundo entero, nosotros sucedíamos, existíamos: Nuestra vida estaba sucediendo en cada uno de esos lugares a cada momento.
Y un mal día, cualquier día, la vida empieza a suceder diferente.
No se detiene, siempre sigue andando. Solamente cambia y pasa de formas diferentes.
Un mal día, cualquier día, el nosotros se convierte en yo.
Una ella por aquel lado, un yo por este lado.
Dos yos que ya no coexisten en ningún nosotros, por cualquiera que sea la causa. La causa no es lo importante.
La causa nunca va a ser suficientemente importante.
Y llega el día en que la vida del yo tiene que regresar -lo más posible- a la normalidad.
Llega el día en el que yo piensa que ya fue suficiente de lamerse las heridas y se resuelve a salir de nuevo al mundo.
Cualquier día, yo se decide a salir y todas esas cosas están ahí afuera, erguidas como monstruos gigantes con hambre de destrozar nuestras ciudades interiores.
En ese momento, cuando se derrumban nuestros ánimos de salir a ver la luz de nuevo, es cuando caemos en la cuenta de algo para lo que nunca vamos a estar suficientemente preparados: Las cosas que antes fueron dulces, se convierten de repente en un veneno, una especie de pinchazo que no solo nos duele sino que nos va matando poco a poco.
Ahí está el trolebús, el autobús. La calle y la estación del metro. La parada del autobús.Los mismos sonidos, los mismos colores. Las rutas y los lugares. Los mismos sitios, los mismos caminos.
Los caminos que ahora el yo camina solo.
Los lugares que ahora el yo visita solo.
Solo yo.
El yo entonces busca por todos los medios sanar su dolor y recuperar su vida, la vida que le quede.
El yo sabe que haga lo que haga, la vida nunca será como antes. Hay algo que se ha terminado, que se ha muerto. Algo que nunca ya podrá volver a suceder.
Perdido y con dolor, busca de sus afectos más cercanos que, muchas de las veces, no sabrán darle consuelo de una manera efectiva. 
"Déjala ir", dicen y el yo aprieta los dientes de coraje.
"Déjala ir". Como si no se hubiera ido ya. Como si le hubiera tomado parecer. Como si necesitara permiso para irse.
Al final de todo y quizás con más dolor que al principio, el yo comienza a asimilar que el trolebús ya no le llevará a casa de ella. Que el trolebús sigue pasando por ahí, pero ella nunca volverá a abrir esa puerta para el.
Asimila que sí, podría esperarla en esa estación del metro, pero nunca ya con una cita por medio. Que podría esperarla todo el día, todos los días y ella podría nunca llegar. Que podría llegar y también pasar de largo, sin querer hablarle. 
Asimila que esa calle ya quizás no es algo especial y que el autobús ya no va a llevarlos a ningún lado a los dos juntos.
Y le duele.
El yo, entonces, empieza a ahorrar para comprar un auto de segunda mano.